Como crear un altar de Dios en mi

¿Que Dios quiere decir cuando te pide hacerle un altar?

Crear un altar interno para Dios es un acto de fe y devoción que no requiere elementos físicos; se trata de preparar tu corazón, mente y espíritu para tener una relación más profunda y significativa con Él.

Pasos para crear un altar a Dios en ti;

1. Reflexiona sobre tu Intención

  • Antes de construir tu “altar interno”, pregúntate por qué deseas hacerlo. La intención es clave. Reflexiona sobre el propósito de este espacio sagrado en tu vida y lo que esperas lograr a través de él.

2. Dedica Tiempo al Silencio y la Oración

  • Crea momentos de silencio diario para conectar contigo mismo y con Dios. La oración es una forma poderosa de diálogo. Puedes empezar tu día dedicando unos minutos a agradecer, reflexionar y pedir guía.
  • Meditar en la presencia de Dios y permitir que el silencio te conecte con tu esencia divina es fundamental. Escucha en lo profundo de tu ser y permítele hablarte.

3. Llena tu Corazón de Gratitud

  • La gratitud es una forma de abrir el corazón a Dios. Dedica tiempo a reconocer y agradecer las bendiciones en tu vida, tanto grandes como pequeñas. La gratitud constante transforma tu interior en un lugar lleno de paz y amor.

4. Cultiva Valores y Virtudes Espirituales

  • Haz de tu vida un reflejo de la bondad, la compasión, la humildad, el perdón y el amor. Cada vez que actúas de acuerdo con estos valores, creas un altar vivo para Dios en ti.
  • Vive tus días de manera que tus pensamientos, palabras y acciones sean un tributo a lo divino. El amor, la paciencia y el respeto por los demás son expresiones de devoción.

5. Estudia y Reflexiona en las Escrituras

  • Dedica tiempo a leer y estudiar la Biblia, o cualquier otra fuente de sabiduría espiritual que te inspire como este canal por ejemplo. Reflexionar sobre sus enseñanzas te ayudará a profundizar tu relación con Dios y a mantener viva Su presencia en tu corazón.
  • Medita en sus palabras y busca formas de aplicarlas en tu vida diaria. Esta práctica ayuda a anclar tu fe y te permite escuchar la guía de Dios.

6. Perdónate y Perdona a los Demás

  • El perdón es un paso importante para tener un corazón limpio y abierto. Al liberar el resentimiento y las heridas, permites que el amor de Dios fluya a través de ti y creas espacio para que Él habite en tu corazón.
  • El acto de perdonar, tanto a ti mismo como a los demás, purifica tu ser y fortalece el vínculo con Dios.

7. Entrega tus Preocupaciones a Dios

  • La confianza en Dios es esencial. Entrégale tus preocupaciones, temores y ansiedades, sabiendo que Él tiene un propósito para ti y te guiará en cada paso. Al liberar tus cargas, encuentras paz y haces espacio para Su presencia en tu vida.
  • Practica la entrega y la rendición a Su voluntad, permitiéndole guiar tu camino.

8. Crea Hábitos de Amor y Servicio

  • Al servir a los demás y actuar con amor, permites que Dios se manifieste a través de ti. Dedica tiempo a ayudar, consolar y apoyar a quienes te rodean. El servicio a los demás es una forma tangible de honrar a Dios.
  • Cada acto de bondad y generosidad se convierte en un ladrillo en el altar interno que estás construyendo.

9. Cuida de tu Cuerpo y de tu Alma

  • Recuerda que tu cuerpo es un templo de Dios. Cuida de tu salud física y mental, evitando comportamientos que puedan dañarte. Al cuidar de tu ser, muestras respeto por el regalo de la vida que has recibido.
  • Practica el auto-cuidado y busca el equilibrio en todas las áreas de tu vida. Alimenta tu espíritu con buenos pensamientos, emociones positivas y acciones amorosas.

10. Confía en la Presencia Constante de Dios

  • Finalmente, confía en que Dios está contigo siempre, no importa dónde estés o lo que hagas. Lleva en tu corazón la certeza de Su amor incondicional y Su guía. Esta fe inquebrantable será el fundamento de tu altar interno.
El espíritu santo mora en nosotros

Llamados a ser Templos del espíritu santo

 

En la Biblia, específicamente en 1 Corintios 6:19-20, se nos recuerda que nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo, quien habita en nosotros. Esto significa que, además de construir un espacio externo para honrar a Dios, también estamos llamados a hacer de nuestro propio ser un altar vivo, un lugar sagrado donde el Espíritu de Dios pueda habitar, guiar y manifestarse.

El Espíritu Santo actúa en nosotros de varias maneras, y una de sus obras más profundas es ayudarnos a construir y mantener ese “altar interno”. Esto no es solo una metáfora; significa que nuestra vida entera puede y debe estar dedicada a Dios, reflejando su presencia en nuestros pensamientos, palabras y acciones.

Cuando hablamos de un altar, pensamos en un lugar donde se ofrecen sacrificios, donde se busca a Dios, se le honra y se expresa devoción. Del mismo modo, el Espíritu Santo nos ayuda a crear ese lugar interno en el que nuestro carácter y vida se alinean con la voluntad de Dios. Esto se refleja en los frutos del Espíritu descritos en Gálatas 5:22-23: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Estos frutos no son simplemente características personales, sino evidencias de una vida en la que Dios está presente y activo.

Cada uno de estos frutos puede entenderse como una piedra de ese altar interno:

  • Amor: el amor es el cimiento de nuestro altar; no un amor basado en condiciones humanas, sino el amor incondicional que Dios nos muestra y que, a través del Espíritu, podemos extender a los demás.
  • Gozo: este gozo no depende de circunstancias externas. Es una paz y alegría internas que provienen de saber qué estamos en la presencia de Dios, permitiendo que nuestra vida se convierta en una ofrenda de gratitud.
  • Paz: como templo del Espíritu, estamos llamados a ser pacificadores y a mantener una paz que sobrepasa toda comprensión, tanto en nuestro interior como en nuestras relaciones.
  • Paciencia y Templanza: estos frutos nos ayudan a sacrificar el ego y a responder con compasión, incluso en situaciones difíciles, mostrando autocontrol y dominio propio, cualidades esenciales para quienes desean reflejar a Cristo.

Llamados a ser Templos del espíritu santo

Vivir como un Altar Vivo

El Espíritu Santo no solo deposita estos frutos en nosotros, sino que también nos ayuda a cultivarlos y a hacer de nuestra vida una representación constante de la presencia de Dios. Vivir como un altar significa también que nuestras decisiones diarias, nuestras relaciones y nuestros pensamientos están orientados a honrar a Dios. De esta forma, cada acción, cada palabra y cada intención pueden transformarse en una ofrenda viva.

tener un altar físico en casa es un recordatorio tangible de nuestra fe y devoción. Pero al mismo tiempo, estamos llamados a construir y mantener un altar espiritual dentro de nosotros mismos, donde el Espíritu Santo sea bienvenido y libre para obrar. 

Este altar interno es mantenido y enriquecido por el poder del Espíritu, quien no solo nos da dones, sino también los frutos que reflejan a Cristo en nosotros. En este sentido, al vivir como templos del Espíritu, nuestra vida misma se convierte en un acto de adoración continua, un reflejo de la presencia divina en el mundo.

Este llamado a ser templos del Espíritu Santo nos invita a buscar una relación más profunda con Dios, no solo en el espacio físico de un altar, sino en cada momento y en cada aspecto de nuestra existencia.

Mantener el Fuego del Espíritu Santo Encendido

Así como el fuego en el altar necesitaba ser constantemente avivado y alimentado en Levítico 6:12-13, nosotros también estamos llamados a alimentar el fuego del Espíritu en nuestro corazón. Este fuego representa nuestra pasión por Dios, nuestra dedicación en la oración y nuestro compromiso en vivir una vida consagrada. Este “no dejar que el fuego se apague” es un acto continuo de entrega, disciplina y amor.

Pablo también nos exhorta a los creyentes en 1 Tesalonicenses 5:17: “Orad sin cesad”, lo que significa que nuestra relación con Dios debe ser continua, sin interrupciones, como un fuego que nunca se apaga. La oración es uno de los elementos esenciales para mantener el fuego del Espíritu encendido, pues a través de ella permanecemos conectados con Dios, escuchamos su voz y recibimos su dirección y fortaleza.  en lugar de ofrecer sacrificios de animales como en el Antiguo Testamento, ofrecemos nuestra vida misma como un acto de adoración. Nuestras alabanzas, nuestras acciones de gracia y el ayuno son maneras en las que presentamos nuestro ser entero ante Dios, consagrándolo para su propósito como nos mandan en  Romanos 12:1 y Hebreos 13:15.

En 1 Pedro 2:9, se nos llama “real sacerdocio,” lo que implica que, como sacerdotes, tenemos la responsabilidad de cuidar ese fuego interno. Al igual que los sacerdotes del Antiguo Testamento debían añadir leña al altar y mantener el fuego encendido, nosotros también debemos alimentar nuestra vida espiritual con prácticas como la lectura de la Palabra, la oración, la alabanza y la obediencia a Dios. Sin estos actos, nuestro fuego puede debilitarse o apagarse, llevándonos a una vida espiritual apagada o tibia.

El fuego del Espíritu Santo en nosotros se mantiene encendido cuando vivimos una vida de comunión continua con Dios, “orando sin cesad” y buscando su presencia en cada momento. Esto significa que nuestra fe no es solo una experiencia dominical o de momentos puntuales, sino una constante relación con Dios en la que lo buscamos, nos entregamos y permitimos que el Espíritu nos renueve y transforme.

Así como los sacerdotes nunca dejaban que el fuego se apagara en el altar, estamos llamados a ser persistentes y vigilantes en nuestra vida espiritual. Dios ha puesto su Espíritu en nosotros, un fuego que no debe ser apagado sino avivado con nuestra devoción y obediencia. Por tanto, vivir como un sacrificio vivo implica una vida activa en la fe, en la que cada acto de alabanza, oración, ayuno y entrega mantiene el fuego del Espíritu encendido en nuestro corazón, transformándonos y acercándonos cada vez más a la imagen de Cristo.

Manteniendo así un altar de Dios en nosotros.

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